¿Qué Miércoles pasa?

Es el año XXXX, mientras todo el mundo espera una respuesta a una pregunta: ¿Qué es necesario?

Nosotros respondemos todos los días con nuestras acciones, a veces coherentemente, otras veces atentando contra las razones por un capricho.

Las cosas que cultivamos aquellas a las que les dedicamos la atención necesaria para hacerlas crecer, para que se conviertan en algo por sí mismas.

109819544_4720400214652357_4677996660656120056_nReinventar la mirada, mientras nos encontramos en la incertidumbre. Mientras luchamos contra el silencio del punto final. Buscando una nueva acción, tan trascendente que pueda seguir de un punto, para que pueda voltearse la palabra y convertirse en muchas cosas.

NAŌ

Con la colaboración de colectivos de pintores; Laboratorio Creativo Siete Vidas,Juana Gallo, Forum Centro Cultural, así como con la colaboración de artistas independientes, con una simple misión, llevar el arte a sus manos. Que el peso de la obra pueda ser parte de la experiencia estética.

 

 

Invitarlos a compartir, a participar, a colaborar con el arte, para que podamos seguir cultivando un mañana con la conciencia y la belleza en el mirar.

NAŌ

personal

«𝗘𝗹 𝗖𝘂𝗮𝗰𝗸 𝗱𝗲 𝗔𝗱𝗮́𝗻»
𝘔𝘪𝘨𝘶𝘦𝘭 𝘈́𝘯𝘨𝘦𝘭 𝘉𝘶𝘰𝘯𝘢𝘳𝘳𝘰𝘵𝘪, 𝟣𝟧𝟣𝟣, 𝘍𝘳𝘦𝘴𝘤𝘰

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Recrea.

Miguel Ángel, que tardó cuatro años en pintar la bóveda -desde 1508 hasta 1512-, no encontraba mejor manera de llenar sus techos con escenas que nos recuerdan al poder de la creación, por tanto del creador.

No son los pintores sino los espectadores quienes hacen los cuadros.

Marcel Duchamp

Nosotros nos revelamos ante dicha creación, y encontramos en el arte un mundo sin límites, hojas de parra impuestas por distinguidos mecenas. ¿Necesito el arte?

¿Qué es esencial sino el mirar?
La obra que te busca, podría ir en esta nave contra el olvido. ¿Quieres ver?

 

Mañana.

Hay un momento en el que somos nuestros, en el que no podemos ni siquiera confiar en nuestro reflejo, por que sabemos que no importa lo que veamos, no somos eso. Es una ilusión. El agua y el detífrico me limpian las ideas, los sueños.
La mañana brilla en su mediocridad, y todo es como siempre, un error.

No escucho el noticiero, no es necesario, sé que todo va mal.

Escapo por los callejones, los atajos que siempre me traen algún recuerdo de esa vida en la que no encontraba más defecto que la falta de tiempo.
Ahora nos sobra, nos lo venden, casi regalado. Esta en las marquesinas, aparadores, sinónimos y claro en todas las habitaciones, amarrados por las muñecas nos sujetamos a lo que podemos en esta vorágine que implica llegar al siguiente trabajo.

Comprobar que llegué antes que las manecillas-guillotinas, esperar el turno para todo, filas por todas partes.
-Antes de la sana distancia-
(Desde luego ya la guardaba, pero por razones metafísicas.)
Responder a las mismas preguntas, con un claro; Dios ha muerto, usted lo mato.
Era incesante la forma de hacerlo, con obviedades y tópicos, todo para sujetar  un poco más horas el volante, liberarte de esas contradicciones, disparar desde ese modulo virtual a los desgraciados en algún campo de batalla virtual. Meros datos.

Volver por la noche hastiado de todo, pero por un momento al mirar la luna recuerdas;
¿Quién era ese hombre en el reflejo?

Agente del caos.

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La parvada

 

 

Años que no como en casa. No son mis favoritos los mediodías. Mis compañeros, polluelos alborotados, corren hacia sus gallineros por maíz. Suelo comer con Janis, maullidos, y monosílabos sueltos míos. Luego de horas sin hablar la garganta se cierra, como compuerta de presa que no deja correr un mínimo de líquido, colmada de saliva silenciosa. A veces cocino, sin emoción, Janis reclama un bocado, ambas sabemos que no será uno. A veces voy a una fonda. Incómodo compartir mesa, la gente mastica mientras platica, bombardean cachos de comida, ríen grotescamente, que duela su felicidad. Pero hoy -el sol de frente, quema la piel- cocino entre maullidos y nostalgias.

Otro día. Fin de clases. Veo a mis compañeros alejarse. Mediodía. ¿Ir al departamento? ¿Una torta?  ¿Cocinar? ¿Pollo, carne? La mano me sujeta. Javier pregunta – ¿quieres comer en mi casa? ¿Qué responder? Ufano agrega – mi mamá hizo mole. Lo miro como si tuviera opciones, como si sopesara posibilidades. Sonríe expectante. Acepto. Será pollo. La vida, sabe, pienso.

Caminamos. ¿Llevo algo? Pregunto – da pena ir con las manos, y el estómago, vacíos, no –responde, mi abuelo tiene tienda. Llegamos. Abre la puerta, el chirrido rebana la oscuridad de la cochera, me hace pasar. Toma mi mano, no vayas a tropezar, ten cuidado -dice, pero no me explica por qué. Me azota el olor a humedad. ¿Cuántos carros cabrían? ¿Por qué nunca terminamos de cruzar? Se vislumbra un jardín. Afuera se ha cerrado el cielo, me machaca el gorjeo de mil pájaros, nubes prietas se estrujan hasta destazarse, huele a tormenta. Un corredor. Puertas. Entramos, su mamá en el comedor. ¿Dónde me lavo las manos?, señalan la cocina. Voy. Murmuran. Han de tener muchas jaulas, evitan que escuche el cuchicheo. Oscura la casa impregnada del perfume del mole y la boruca de los pájaros. Vuelvo, callan su charla, la mamá me tiende una toalla. Pregunto por las aves. No hay jaulas, estaban aquí antes que viniéramos, es maravilloso, esa enorme parvada (jilgueros, gorriones, canarios, cenzontles), siempre cantando – dice.

En la mesa han puesto sartenes y cacerolas, humean. Los tíos de Javier vendrán en cualquier momento. Todo está delicioso. Uno a uno llegan, uno a uno sirve ella los platos. Saludo sin alzar la vista, no puedo dejar de saborear. La comida hecha en casa me hace recordar la cocina de mi abuela. La emoción brota en mis ojos, pero antes de que se vuelva lágrima, uno de los tíos me pide el salero. Imposible no mirarlo a la cara, imposible contener el escalofrío. Imposible seguir comiendo, pero imposible también dejar de masticar. Mirarlos desorbitadamente hubiera sido descortés, ¿cómo evitarlo? Los tíos tenían un fino plumaje que les cubría la piel. Detrás de sus brazos tenían alas. Eran hombres pájaro. Con el pico recogían porciones considerables de arroz y luego tragaban. El sonido que brotaba de sus gargantas se parecía al de los cuervos.

Me hundí en el silencio infinito. En los platos de todos, arroz únicamente. Yo, la única que comía pollo. Me hundí en sus miradas acusadoras. Otra vez el martilleo del canto, afuera de la casa y en el comedor.

¿Te gusta el pollo? Entorné los ojos, desde la silla de Javier, el pico empezó a abrirse para engullirme.

 

Cibela Ontiveros

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Noctámbulo

Por la noche tus lunares son la luz
la vía láctea que recorro con mis dedos.
Tu piel, supernova que enciende el deseo.
Y yo deseo, ante tu estrella fugaz,
llegar al cielo
y que tu noche me cubra, me envuelva,
me posea.
Soy noctámbulo por que a tu noche escribo
porque busco guardar tu aroma,
la precisión de tus senos
y el color de tu tacto,
antes que el amanecer ya no deje nada.
Dejo de testimonio el silencio de tus rodillas
y de tu lencería la confesión…
Me encomiendo a tus ocasos interminables
para encontrar la fe que tuve alguna vez,
y a tu noche le pregunto:
¿Puedo dormir tranquilo?

Eduardo García
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